A principios del 70 (1970) una historia futbolera sorprendió a Rosario y se fue transformando en leyenda con el paso de los años a pesar de que es real. Don Angel, Zof, cuál otro, quería llevarse a Aldo Pedro Poy a Los Andes porque Enrique Omar Sívori, el técnico de Central, no lo tenía en cuenta. Aldo desapareció para evitar la transferencia. Se escondió en la isla. Literalmente, nada inventado.
Un canoero lo cruzó a El Espinillo y allí estuvo Aldo dos días. Cuando dos amigos se cruzaron para avisarle que los dirigentes de Los Andes ya se habían vuelto a Buenos Aires, Poy volvió a cruzar hacia la ciudad y se sumó a los entrenamientos de su amado Rosario Central.
Sívori, de floja campaña como entrenador canalla, fue echado en mayo de aquel año y después de un interinato llegó don Angel. Fue su primer ciclo en el club. Poy fue titular en aquel equipo que llegó a la final con Boca, integrado por el tridente Bóveda, Poy y Gramajo.
Sí, hubo un futbolista que se escondió en la isla para que no lo vendan (Gracias Luisito Campanini por refrescar mi precaria memoria).
Hoy, la mayoría de los jugadores juega donde quiere y se va cuando quiere. Es muy difícil retener una formación, como sucedía antes. Los jugadores vuelan de una camiseta a otra.
Los excesos son siempre perjudiciales. Antes, los futbolistas eran casi esclavos de los clubes y para irse, si querían, tenían que firmar una cláusula de renovación con un incremento salarial del 20 por ciento por dos años y recién después quedaban libres. Ahora, todos los ítems favorecen al futbolista, que hasta puede ejecutar una cláusula de rescisión sin dar ninguna explicación e irse dónde quiera.
Entre los clubes argentinos hay una especie de acuerdo: no incidir para que los jugadores ejecuten la cláusula, pero tampoco se respeta demasiado.
Maximiliano Salas, un gran delantero que Gustavo Costas rescató de Palestino de Chile para que a los 26/27 pusiera los cimientos de una, al menos, prometedora carrera, llegó a un acuerdo de palabra para la renovación con Racing, pero casi al mismo tiempo, un llamado de Marcelo Gallardo frenó todo y su pase a River es un hecho.
Ni un esfuerzo, simulado al menos, para agradecerle a Racing una pizca de su ayuda al crecimiento del futbolista.
Por supuesto que el aporte del jugador es trascendente, pero no existe tanta diferencia entre lo que estaba a punto de firmar con la entidad de Avellaneda con lo que le ofreció River.
No hay inocentes en este juego, que todos juegan y que siempre se inclina para el lado del más poderoso, pero un cachito de amor a la camiseta no vendría mal para tiempos en que los futbolistas de las principales categorías del fútbol mundial ganan fortunas.
Sólo el sentido de pertenencia, que muchos ejercen, es la excepción a una regla cada vez más descarnada.
Por supuesto que en este rubro el fútbol rosarino es pionero. Basta recordar el 2012, cuando Newell’s estaba complicado con la permanencia y sus estrellas volvieron en masa. Aquella gesta terminó en vuelta olímpica.
Pero, como dice Miguel: “Esto es por plata”. Basta de tanta dulzura. Aquí, por supuesto, no se mencionan casos de categorías de ascenso y menos todavía amateurs. Allí sí, el vínculo es, justamente, bastante menos profesional.
Los tiempos cambian. Algunos creerán que antes era mejor. Otros supondrán que esto que pasa ahora es lo que corresponde. Cada uno siente la camiseta como le parece. O como puede.