El sacerdote que trabaja hace 15 años ligado al consumo de drogas en los barrios más pobres de Rosario, Fabián Belay, alertó que faltan de espacios de internación y seguimiento constante y, sobre todo, señaló un vacío en los programas para adolescentes de 12 a 17 años, que son “la tercera generación” de adictos. 

Para Belay, el daño que generan las nuevas sustancias implican “una pandemia que lleva 20 años” y que afecta a niños desde los 8 y 9. “Con lo que están fumando los pibes hoy, los índices de discapacidad se van a disparar, por las patologías crónicas. Las áreas de Niñez van a virar a ser instituciones de salud mental”, adelantó. 

El titular de la Pastoral de la Drogadependencia de la Iglesia católica local pidió no asociar la reducción de homicidios y balaceras vinculadas a bandas narco con una mejora en el problema de fondo. Los chicos en los barrios vulnerables no completan la secundaria, no hay clubes para ellos, ni planes comunitarios sostenidos. “Rosario ya tiene una crisis humanitaria”, dijo. 

“Tenés niños en consumo con problemas de enfermedades infectocontagiosas. En los centros de salud, falta personal porque están renunciando por la cuestión salarial y por la violencia. Un médico en un centro de salud tiene que atender al hijo de una persona que está vinculada al delito. Lo mismo le pasa al docente. A su vez, se han debilitado los programas que generan acompañamiento comunitario”, explicó el sacerdote de barrio Tablada. 

“Entonces, tenemos una red comunitaria débil, con una sociedad que se ha retrotraído en el compromiso ciudadano. Ojo, porque vamos hacia un lugar que es agravar lo que está pasando. No estamos frenando la crisis que llevó a Rosario a los fenómenos de violencia. La crisis sigue ahí abajo, profundizándose”, alertó y habló con Rosario3 sobre los múltiples elementos que componen ese diagnóstico.

Un hueco que alarma

 

Belay creó y coordina la comunidad “Padre Misericordioso” con tres centros de internación y uno ambulatorio. Cuenta, además, con nueve espacios para niñez (de 4 a 12 años), seis para jóvenes mayores de 17, cuatro escuelas de fútbol y un Eempa con aulas multigrado en cinco puntos distintos (hubo 48 graduados en 2024). 

El despliegue se centra en siete de las zonas más necesitadas de la ciudad: Tablada, Las Flores, Tío Rolo, Ludueña, La Granada, La Lata y Puente Negro. 

Tienen 110 plazas de internación. Cincuenta están en el edificio central del Hogar Buen Pastor, Gálvez al 700, donde se inicia el tratamiento. Otras 35, en una granja de Granadero Baigorria (para la fase dos de la recuperación). Hay 25 más en Cristalería, para un abordaje crítico y dual: la unión de adicción con problemas psiquiátricos. Y, aparte, 30 espacios en el ambulatorio de Zeballos 668 (es decir, 140 en total). 

El año pasado, enfrentaron 650 pedidos de acceso. En general, se trata de personas que solicitan una internación, aunque no todos encaran el proceso. “La internación es como la terapia intensiva en un hospital. Son quienes están en la fase más compleja”, señaló.

“Los «Centros de Vida» son para jóvenes en situación de consumo, con equipos conformados por profesionales y con una mirada comunitaria. Los «Centros de Niñez» son de prevención, apuntan a chicos en situación de vulnerabilidad. Está ligado a hijos o nietos de personas con adicciones”, afirmó.

Además, como Pastoral, conformaron mesas de trabajo para la adolescencia. “Es la realidad más compleja de la ciudad. Nosotros tenemos un programa para niñez y de ahí saltamos a los mayores de 17 años. En el medio, de 12 a 17, no hay nada”, reconoció.

Alan Monzón/Rosario3

Ni escuela, ni clubes, ni programas continuos

 

Esa carencia en los dispositivos de la comunidad con base religiosa se proyecta al universo de los tratamientos que conforman el Estado y las instituciones del tercer sector. “Rosario no cuenta con propuestas masivas para adolescentes vulnerables”, definió el cura. 

“Lo único que tenés hoy –desarrolló– es una escuela secundaria que ya no está siendo contenedora. A nivel nacional, el 50% de los adolescentes no está en la secundaria. Y solo el 13%, la termina con los contenidos básicos en tiempo y en forma. Un 87% que no tiene esas condiciones”.

En los barrios, eso se agrava y se suman las inasistencias en la primaria y la repitencia en la secundaria. “Ahí, lo único que tenemos hoy es el Nueva Oportunidad, un programa que funciona dos veces a la semana. Eso no te da una continuidad comunitaria, de contención diaria”, siguió Belay. 

Si bien existen clubes en todos los distritos, es más extraña la presencia de infraestructura para esa franja de 12 a 17: “Hay pero para la Liga Infantil, en general no tenés canchas de once en esos barrios. Me refiero a instituciones con comisiones conformadas. Entonces, no tenés propuestas deportivas para los adolescentes, la escuela no los contiene y faltan programas que fortalezcan el trabajo comunitario”.

Alan Monzón/Rosario3

La tercera generación

 

El delegado de la Pastoral de Drogadependencia recordó que hace seis años que solicitan la apertura de centros para adolescentes en los barrios. “Presentamos un proyecto integral, con las instituciones que trabajamos en lo comunitario, y no tuvimos respuestas”, señaló. 

“El problema es muy grave pero también existen muchas propuestas. Nos juntamos con diez directores de escuelas secundarias públicas para pensar un proyecto de cómo tiene que ser la escuela en un barrio pobre. Para ese adolescente que ya está teniendo a su abuelo, padre o madre que son adictos o que están muertos o presos. Ese es el chico que nosotros necesitamos que esté en la secundaria. Porque ya es tercera generación con este problema”, aseguró.

Belay consideró “fundamental” entender ese fenómeno en Rosario. “Todo lo que se haga, si no se parte de ese diagnóstico, son campañas que no tratan el tema de fondo”, aclaró.

“Si esta tercera generación en situación de consumo no tiene familia, tenés que armar comunidades que sean contenedoras, que sean familia”, agregó y consideró que Rosario tiene un problema de baja participación ciudadana en todas sus organizaciones (incluso vecinales, cooperadoras, consorcios; un fenómeno de retracción democrática que excede al tema adicciones).

Tanto la Municipalidad como la Provincia generaron espacios que antes no existían pero, según Belay, “eso no está articulado porque en general ven al tercer sector como una competencia y no como parte de una red”. 

“Eso es lo que pasó en Rosario. El Estado en su momento cerró el Hogar del Huérfano (N.de.R: hubo condenados por abuso sexual en el medio), desarticuló mucho y dejó de apoyar la obra de Hoprome, por ejemplo. Hay muchas instituciones en la ciudad que se fueron muriendo por no tener el apoyo”, aseguró.

“El Estado está pagando las consecuencias porque hoy tenés incendiada el área de Niñez y no tenés cómo la sociedad puede acompañar eso. Porque vos necesitás al sector privado, el tercer sector y el tercer sector necesita al Estado”, dijo el designado como obispo auxiliar por el papa Francisco que decidió no asumir ese cargo.

La contracara es el testimonio de Lucas, un joven de 34 años que empezó a consumir a los 11. A los 31, pasó de aspirar cocaína a fumar sus residuos. En septiembre de 2022, dio el paso de pedir una internación. Tuvo que esperar seis meses más para acceder a la comunidad de Belay. Hace un año y tres meses que salió de su “inframundo”. Pero hoy sigue en el hogar central de esa institución, nunca dejó de estar acompañado (ver nota aparte).

Alan Monzón/Rosario3

Una pandemia de 20 años

 

El drama del presente todavía no se dimensiona en su verdadera escala. En general, las personas que se internan son adultos con décadas de consumo. Pero ya hace un tiempo que el inicio en las adicciones es cada vez más temprano. 

“Una persona cuando ingresa acá ya tiene 20 o 30 años de sustancia encima. El promedio de edad con nosotros es de 39 años. De 450 personas, el 80% empezó a consumir entre los 11 y los 17. Estamos viendo ese fenómeno masivo en los barrios. Hay chicos de 9 o 10 años que ya son adictos, no que se están iniciando como era antes”, planteó.

Los cambios en las sustancias y el modo de drogarse también se agravaron: “El crack, que es una especie de paco, va directo al cerebro. Las personas que ingresan a los tratamientos tienen muchos problemas porque es una droga muy intensa, primero en lo adictivo y después en el deterioro neurológico”. 

“Ojo, porque la adolescencia está en una situación de crisis muy grande sin contención. Con lo que están fumando los pibes hoy, todos los índices de discapacidad se nos van a disparar. Porque tenés chicos que van a quedar con patologías crónicas”, siguió.

“Las áreas de Niñez –advirtió– van a virar a ser instituciones de salud mental. Yo estoy re preocupado, no por el presente, sino por hacia dónde vamos si no se hace una política masiva con el tema de la adolescencia”.

Con ese panorama, propuso: “Necesitamos una inversión fuerte, un presupuesto equivalente a cien escuelas aplicado a este tema. Suena a mucho pero no lo es. Pensemos todo lo que activamos cuando fue la pandemia de coronavirus. Bueno, esta es una pandemia de 20 años que nos está llevando puestos. No es apocalíptico, es realista”.