El 16 de abril se celebra el Día Mundial del Emprendimiento, una fecha que, más que un brindis con café, es una oportunidad para mirar con seriedad a ese actor económico que muchas veces se nombra en discursos pero pocas veces se escucha: el emprendedor argentino. En un país donde todo parece empezar de nuevo cada cinco o diez años, emprender no es solo una opción; es una forma de vida.
Según el Global Entrepreneurship Monitor, el 23,3% de los adultos argentinos ha iniciado su propio negocio. No es una cifra menor: habla de una sociedad que, frente al desempleo, la inflación o la falta de crédito, no se queda de brazos cruzados. Arremete, prueba, fracasa, aprende y vuelve a empezar. Y si hay algo que no falta en Argentina, son ejemplos que lo demuestran.
Arrancar de cero, todos los días
El fenómeno emprendedor en Argentina tiene una particularidad: no está concentrado solo en grandes capitales o polos tecnológicos. Lo encontramos en Rafaela, en Reconquista, en Esperanza, en Firmat o en Venado Tuerto. En cada localidad del país hay alguien que, con poco capital y mucho ingenio, decidió armar un taller, una fábrica de alimentos o una startup.
En 2022, más de 23.000 nuevas empresas se incorporaron al sistema bancario. Fue el número más alto en cinco años, y la mayoría fueron micropymes. Es decir, emprendimientos familiares, personales o de pocos socios. Negocios que arrancan en un garage, un galpón o una pieza de la casa.
Estas cifras, por sí solas, no explican todo. Pero sí muestran una tendencia: emprender en Argentina no es una moda, es una respuesta lógica a la falta de oportunidades. Muchos no esperan que el Estado les dé trabajo. Tampoco creen que una multinacional llegue a su barrio. Lo que hacen es producir algo que otros necesitan. Y venderlo. Tan simple —y tan difícil— como eso.
Casos que inspiran desde Santa Fe
En este contexto de creatividad forzada, hay experiencias locales que valen la pena contar. En Rosario, Bioheuris trabaja en la edición genética para el agro. Se trata de una empresa de biotecnología que desarrolla herbicidas y cultivos más eficientes, con el objetivo de reducir el impacto ambiental. Fundada por científicos santafesinos, ya recibió inversiones internacionales y forma parte del ecosistema de innovación agtech.
Otro caso llamativo es el de Terragene, en Alvear. Una empresa de base científica que fabrica tecnología para el control microbiológico, y que vende a más de 70 países. Empezaron con un puñado de investigadores que no se fueron a Estados Unidos o Europa, sino que decidieron quedarse, apostar por un producto de altísima calidad, y venderlo al mundo. Hoy tienen más de 200 empleados.
Otro ejemplo del mismo rubro es InbioAr, una firma que desarrolla biopesticidas a partir de microorganismos, con aplicaciones concretas para la agricultura sustentable.
Por su parte, AFG se ha consolidado como una empresa líder en soluciones de automatización industrial. Con sede en Rosario, desarrollan sistemas personalizados que optimizan procesos productivos en diversas industrias, contribuyendo al crecimiento y modernización del sector.
Por último, Syloper, otra empresa con sede en Rosario que se especializa en el desarrollo de software a medida y servicios de transformación digital. Con más de 15 años de experiencia, la empresa ha trabajado con clientes de sectores como agro, seguros y finanzas, ofreciendo soluciones tecnológicas que aporten valor a empresas y personas.
Todos estos casos son testimonio de cómo los emprendedores santafesinos, a fuerza de creatividad, trabajo en red y mucha resiliencia, siguen empujando los límites de lo posible, aún cuando el contexto no siempre acompaña.
El drama eterno: el acceso al crédito
Si hay algo que todos los emprendedores repiten —con o sin micrófono— es lo difícil que resulta financiar el crecimiento. Conseguir un crédito a una tasa razonable, o con plazos que no ahoguen, sigue siendo una de las grandes deudas del sistema financiero argentino.
Según una encuesta publicada por Infobae, la mayoría de los emprendedores piensa aumentar su inversión en 2025. Pero hay un problema: no tienen cómo financiar ese salto. Las tasas, incluso con subsidios, son muchas veces impagables. Y los requisitos, inalcanzables para alguien que no tiene una historia crediticia extensa.
En Santa Fe, algunos logran acceder a líneas del Banco Municipal de Rosario, o programas de financiamiento impulsados por el gobierno provincial, como el Fondo de Inversión para el Desarrollo Emprendedor. Pero los cupos son escasos, y la demanda es enorme.
El resultado es previsible: muchos terminan recurriendo a financiamiento informal. Créditos de amigos, préstamos personales con tarjeta, o directamente ahorros propios. Y eso limita las posibilidades de crecer. Un emprendedor puede tener la mejor idea, pero si no consigue el capital para expandirse, se queda estancado.
La trampa de la informalidad
Otra traba estructural es el peso de la informalidad. Muchos emprendedores no se inscriben como monotributistas o responsables inscriptos porque el costo fiscal es alto, y los beneficios no son tan claros. ¿Qué sentido tiene pagar impuestos si después el crédito no llega y los trámites son interminables?
Este círculo vicioso hace que muchos queden fuera del sistema. No acceden a financiamiento, no pueden exportar, no pueden contratar empleados. Y eso frena el crecimiento no solo del negocio, sino también del empleo formal.
Según datos de AFIP, más del 45% de los trabajadores en pymes no están registrados. Y en el segmento emprendedor, ese porcentaje es aún mayor. Resolver este problema requiere algo más que multas o controles: hace falta un sistema tributario más simple, más lógico, más justo. Que premie a quien entra al sistema en lugar de castigarlo.
Tecnología: una brecha que crece
El otro gran desafío para los emprendedores argentinos es la adopción de nuevas tecnologías. En particular, la inteligencia artificial (IA), que ya está revolucionando sectores como el agro, la salud o la logística.
En Argentina, solo el 30% de las empresas ha empezado a implementar soluciones basadas en IA. No porque no les interese, sino porque muchas veces no saben por dónde empezar. No tienen formación técnica, ni acceso a equipos especializados. Y tampoco hay políticas públicas masivas que aceleren esa transformación.
Sin embargo, hay excepciones. En Rosario, la startup DeepAgro trabaja con algoritmos que detectan malezas mediante imágenes satelitales y cámaras de drones. Eso permite reducir el uso de agroquímicos en los campos, mejorar los rindes y bajar los costos.
Pero para que estos casos se multipliquen, hace falta algo más: formación digital y técnica, especialmente en el interior. No alcanza con que Buenos Aires concentre todo. El talento está en todo el país. Solo hay que darle herramientas.
El efecto derrame real: las inversiones grandes
Aunque suene contradictorio, los emprendimientos locales también pueden crecer a la sombra de las grandes empresas. Cuando un jugador como Mercado Libre, que en su momento fue también un emprendimiento, anuncia que invertirá 2.600 millones de dólares en Argentina en 2025, eso no solo implica empleo directo. También mueve decenas de cadenas de valor.
El crecimiento del comercio electrónico genera demanda de software, logística, packaging, transporte, diseño gráfico, marketing digital. Y ahí es donde aparecen los emprendedores. No como competencia, sino como proveedores estratégicos.
Lo mismo pasa en sectores como la agroindustria o la energía. Cuando una cerealera amplía su planta, o cuando una petrolera lanza un nuevo proyecto, no lo hace sola. Necesita empresas que le vendan insumos, servicios, recursos humanos. Muchas veces, esas empresas son pymes locales que empezaron como emprendimientos y supieron profesionalizarse.
El desafío, entonces, es conectar al mundo emprendedor con estas grandes oportunidades. No solo darles visibilidad, sino generar vínculos concretos, licitaciones abiertas, procesos menos burocráticos. En pocas palabras: darles lugar en la mesa.
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