Santa Fe elegirá el domingo próximo los convencionales que reformarán la Constitución provincial. Tras la sanción de la ley que declaró la necesidad de reforma, ahora viene el segundo acto, que protagoniza el pueblo de Santa Fe cuando elige los 69 convencionales.
Quedan siete días para atemperar el frío clima electoral que se respira en la calle. La oposición intuye que la apatía electoral favorece al oficialismo y le reprocha que por estar al frente del Estado, tiene la responsabilidad de organizar y difundir los alcances de un acto electoral de tremenda relevancia institucional.
El gobierno de Maximiliano Pullaro responde que cumplió con lo que manda la ley en cuanto a difusión, divulgación y organización. Seguramente podría haber hecho más, porque siempre se puede hacer más. También es evidente que al ser el gobernador el candidato de Unidos y al poner la gestión de gobierno como principal eje de su campaña electoral, los esfuerzos se concentraron allí. Sin embargo, para ver la película completa conviene indagar un poco más.
En base a datos procesados por el Tablero Electoral Santafesino que elaboran la UNR y la consultora Doxa Data, se verifica que la caída de la participación electoral viene de hace años. En comicios para gobernador, que son los más atractivos, viene bajando desde 1983 (ese año sufragó el 88,3%), con excepción de leves repuntes en 2007 y 2015. 2023 fue el año de menor participación: votó el 68,3% del padrón.
La secuencia de elecciones primarias es más drástica: desde 2007 (primer año que se usó el sistema) hasta la actualidad, el porcentaje de participación siempre fue menor que en las generales y a la baja. 2023 fue el año de menos participación en la serie histórica: votó un 5,5% menos de gente que en la general.
En Rosario es peor, porque la participación electoral siempre fue menor al promedio de la provincia, tanto en generales como en primarias. La última elección, la de 2023, aun teniendo el atractivo de que se elegía intendente, fue la de menor participación en la historia y cayó por debajo del 60%.
Baja participación electoral
Estos antecedentes permiten previsualizar una elección de media o baja participación. Mala noticia para las fuerzas más pequeñas, porque les costará más alcanzar el piso de 72.000 votos para entrar en el reparto de constituyentes.
La falta de “clima electoral” tiene raíces profundas que sería muy largo desarrollar aquí, pero no es difícil de adivinar en un país que vive de crisis en crisis, niveles exorbitantes de inflación y pobreza y que en dos décadas pasó del “que se vayan todos” a que venga cualquiera pero que sea de afuera.
No deja de ser curioso que candidatos y candidatas que en su afán de sumar electores inorgánicos y voto bronca cada día se levantan dispuestos a despotricar contra la política y los políticos sin distinciones ni trayectorias, ahora se quejan porque la sociedad no les da bolilla o no se inmuta ante “algo tan trascendente” como reformar la Constitución.
¿Qué se le podría reprochar al Ejecutivo sobre cómo lleva adelante el proceso hacia la reforma? Podría haber convocado más allá de la política, asociarse a la extendida trama de instituciones, entidades y organizaciones de la sociedad para potenciar el conocimiento de lo que implica una reforma constitucional, que son y qué hacen los convencionales constituyentes y los temas a tratar. Era un trabajo que requería tiempo, planificación y voluntad política y que no se resuelve con un spot en redes sociales.
Algo de eso intentó hacer el socialismo cuando era gobierno, especialmente Miguel Lifschitz. La diferencia en ese entonces era la necesidad de construir una mayoría social que presionara sobre la oposición para que una vez por todas habilitara la reforma. El plan no resultó y hubo que esperar otros seis años. Hoy el escenario es diferente: Pullaro quedó muy cerca de poder habilitar la reforma, consiguió los apoyos que faltaban y accedió a la reforma tan esperada.
Aquella experiencia trunca viene bien para recordar que no todo los discursos que lucen como oro son oro. Sectores del no peronismo que en aquel momento bloquearon la reforma “porque no era el momento” como toda excusa, ahora están en primera fila. Y dirigentes del peronismo que hoy reprochan al gobierno “esconder” la reforma por supuesta conveniencia electoral, olvidan que ese partido fue determinante para que la Constitución no se pudiera tocar durante décadas.
Lo que viene
Más allá de las mayorías que surjan de las urnas, la Convención Constituyente será un terreno de disputa como lo es cualquier ley en la Legislatura. Los que votan son los convencionales, pero eso no impide que la sociedad participe, interpele y peticione.
La reforma alcanza 42 de los 115 artículos (casi el 40% del total), más todo un cuerpo de temas a incluir que no estaban en el texto de 1962. Y aún temas que quedaron excluidos, estarán abiertos a debate. Una cosa es que los legisladores hayan garantizado la continuidad del Senado, pero por otro lado habilitaron la revisión de su funcionamiento, lo que implica desde el tratamiento de las leyes hasta los controversiales montos que disponen los senadores para entregar subsidios. Es obvio que el tema se va a discutir en la convención y que por primera vez quienes definirán si continúan, se modifican o suprimen no serán los propios interesados, como ocurre en la Legislatura.
El día que la cuerda se cortó
“Tiran de la cuerda, tiran de la cuerda, hasta que un día Mauricio va a decir basta. Va a hacer valer los treinta y pico diputados del PRO y las leyes no van a pasar”. La frase de la vicegobernadora Gisela Scaglia (PRO), pronunciada un mediodía de enero y en referencia a los recurrentes cortocircuitos entre el expresidente Macri y el presidente Milei, reflejaba lo que todos se preguntaban: ¿hasta cuándo el PRO iba a ayudar a Milei a pesar del destrato y el bullying político? La gota que colmó el vaso fue la declaración de guerra electoral en su propia casa, la ciudad de Buenos Aires.
La cuerda se cortó el jueves pasado. Podría haber sido en otras votaciones que a Milei le permitieron salvar controvertidos DNU o esquivar la comisión investigadora por la criptoestafa. Al final fue con el rechazo a los dos jueces que el gobierno nombró en comisión para la Corte Suprema.
En términos institucionales, el Senado le puso un freno al desvarío autoritario al gobierno, que pretende sustituir el diálogo, los acuerdos políticos pisando el acelerador para llevarse a todos por delante. Incluso las leyes y la Constitución.
En términos políticos, la Casa Rosada se autoinfligió daños que bien podría haber evitado retirando los pliegos de Ariel Lijo y García Mansilla. También hubiera sido una derrota, porque era inevitable desde el momento que decidió nombrar dos jueces de la Corte por decreto, pero hubiera sido menos estruendosa. Ahora es el primer gobierno de la historia al que el Senado le rechaza no un nombre para la Corte, sino dos.
Hubo dos razones que desencadenaron ese resultado. Los nombres propuestos ya eran un problema en sí. Pero lo peor fue el intento de nombrarlos de facto sin que mediase ningún motivo que justificase tamaña excepcionalidad. García Mansilla cosechó más de dos tercios de rechazos y Lijo estuvo ahí nomás. Necesitaban dos tercios, pero de respaldos. Nunca visto.
Lijo era el mejor candidato para lo peor de la Justicia federal argentina. Como no podía ser de otra manera, el intento de ascenderlo desde el juzgado de primera instancia de Comodoro Py a la Corte dejó huellas de material maloliente por todos lados. Desde que prometía a las provincias ayudarlas a ganar los pleitos por recursos con Nación si lo ayudaban a llegar a la Corte, hasta la denuncia de la senadora kirchnerista Fernández Sagasti por presuntas amenazas del supremo Ricardo Lorenzetti contra Cristina Fernández para que Unión por la Patria votara a Lijo. El supremo de Rafaela siempre fue señalado como el promotor de Lijo.
Encadenamiento de traspiés
¿Por qué Milei y Santiago Caputo no retiraron los pliegos para evitar la derrota? Probablemente imaginaron que ganarían perdiendo, que podrían victimizarse y exponer enfrente a toda “la casta”, desde el PRO al kirchnerismo. Antes de intentar una jugada de esas, lo primero que deberían hacer es proponer jueces decentes y como manda la Constitución. Lo único que consiguieron fue que radicales y macristas votaran con el peronismo que lidera Cristina, algo que hasta ahora habían evitado por todos los medios.
Roto el dique antikirchnerista, la lógica indica que el gobierno debería repensar un esquema de alianzas más estables, proponer nuevos pliegos para la Corte y que al menos uno sea una mujer. El comunicado oficial de “repudio” a lo que votó la contundente mayoría del Senado no pareciera ir en esa dirección.
Los pliegos de Lijo y García Mansilla se suman a un encadenamiento de traspiés, algunos graves como la criptoestafa, la política cambiaria, los aranceles a productos argentinos del “amigo” Trump o el derrumbe de los mercados mundiales. Y otros más imperceptibles, casi simbólicos, pero que muestran la pérdida de terreno del gobierno. En esa línea se inscribe la declaración de la Región Centro en el Consejo Federal de Cultura, que leyó la ministra santafesina Susana Rueda y que reflejó “una unidad en la defensa de las identidades culturales provinciales, del concepto del valor simbólico de la cultura, más allá de lo productivo y mercantil”. No sólo las provincias logran acuerdos y se animan a expresar posiciones antitéticas a las del gobierno libertario, sino que llenan el vacío que deja en innumerables áreas.
En ese contexto sobreviene la derrota con los pliegos de Lijo y García Mansilla. Lo preocupante: el jueves Argentina tenía un gobierno débil, desde el jueves tiene un gobierno un poco más débil.
No solo Mauricio Macri marcó la cancha. Esta vez tampoco funcionó como en anteriores oportunidades la malla de gobernadores no peronistas dispuestos a sacar las papas del fuego. Sólo tres senadores radicales votaron a favor de Lijo y García Mansilla. Zimmermann de Chaco, Mercedes Valenzuela de Corrientes y el santafesino Eduardo Galaretto. Los tres responden a los gobernadores Zdero, Valdez y Pullaro que, a pesar de saber que los pliegos serían rechazados (o quizás por eso mismo), igual hicieron un mínimo gesto a la Casa Rosada.
En ese sentido, no pasó desapercibido que los dos representantes radicales por Santa Fe votaran distinto. ¿El radicalismo santafesino juega con un pie en cada lado? ¿Por un lado como opositor dialoguista y por el otro cuidando de no romper los puentes con el gobierno de Milei? Ocurrió lo mismo con la comisión investigadora por la criptoestafa, cuando Carolina Losada votó a favor y Eduardo Galaretto votó con la mayoría que la bloqueó.
“No hay problemas entre ellos”, describe una fuente que los ve funcionar a diario. “Son un equipo y los dos tienen mucho contacto con el gobierno de Pullaro. Los diferencia el perfil personal. Mientras Wally (Galaretto) está de vuelta, Carolina tiene aspiraciones electorales en el futuro y cuida su vínculo con la gente”.
Unidos, y en particular el gobernador Pullaro, muestran cintura en esto de sintetizar y convivir con posiciones enfrentadas respecto del gobierno nacional. El caso Lijo y Mansilla lo ratifica: mientras el radical Galaretto votó ambos pliegos, la socialista Lionella Cattalini, candidata en la lista de constituyentes que encabeza el gobernador, celebró el rechazo.
Por el momento, los posicionamientos nacionales no afectan a Unidos. Cada uno hace su juego a condición de no generar problemas a Pullaro y la gestión provincial.